Desahogar que, según el Diccionario de la Real Academia Española,
tiene varias acepciones entre ellas “mejorar el estado de ánimo de alguien,
aliviándolo en sus trabajos, aflicciones o necesidades” y “hacer confidencias a
alguien, refiriéndole lo que le da pena o fatiga”, no sólo es algo común, algo
que todos en algún momento de nuestras vidas necesitamos hacer sino que,
definitivamente, es sin duda, una conducta sana para nuestro bienestar
emocional o psicológico y físico.
Cuando no podemos desahogarnos, la pena que no liberamos va
consumiéndonos por dentro de tal manera que, puede llegar a tener efectos en
nuestro cuerpo, psicosomatizándolo en, por ejemplo, jaquecas o migrañas,
malestares estomacales, problemas digestivos y en casos graves y crónicos,
enfermedades letales como el cáncer, entre otras. En nuestro cuerpo sucede que,
como afirmó Maudsley (1876) referenciado en Spagnuolo de Iummato: “Si la
emoción no se libera, se fija en los órganos y trastorna su funcionamiento”.
En contraste con lo anterior, cuando nos desahogamos, sólo por
el hecho de descargarnos emocionalmente ya sentimos una mejora sustancial en
nuestro bienestar psicológico. Pero resulta que, además de esa mejora, el
desahogarse también tiene como beneficio el ayudarnos a encontrar soluciones a
los problemas que estamos vivenciando, pues cuando le comentamos a nuestro
confidente nuestro disgusto, también en ese proceso catártico nos obligamos,
sin siquiera ser conscientes, a organizar nuestras ideas y sentimientos y en
ese momento podemos acabar entendiendo lo sucedido y visualizarlo de tal forma
que veamos soluciones que antes, inmersos en la emoción y el dolor ni podíamos
imaginar.
El asunto con el desahogo es que la mayoría de las veces pecamos
por consultar a la persona menos indicada: aquella que está relacionada con
personas implicadas en la situación problema lo que la hace menos objetiva; aquella
que no sabe callar y en su afán de ayudar a arreglar la situación, termina
contándole a muchas personas lo que nos aqueja para “ayudarnos” y provoca
conflictos aún peores con más personas que originalmente ni tenían por qué
saber lo que ocurría; y finalmente, aquella que no ofrece buenas estrategias
para solucionar el problema, porque no tiene la preparación, ni la capacidad,
ni la habilidad para hacerlo sino que por el contrario nos incita a seguir “rumiando”
sobre el sentimiento negativo que nos embarga.
Es ahí, entre otras situaciones, donde encaja perfectamente la
labor del psicólogo con sus conocimientos y habilidades y cuando podemos
consultar sus servicios. Resulta crítico para nuestro mejoramiento en la
calidad de vida el contar con profesionales en quien “poner” nuestras cargas
emocionales y desahogarnos buscando una guía o acompañamiento clave que
realmente haga una diferencia en nuestras vidas. Al fin y al cabo, ésa es la
función de este profesional de la salud mental.
Fuentes Bibliográficas
Spagnuolo de Iummato, Ana. Medicina Psicosomática. Tratado de
Psiquiatría. Publicado por la asociación Argentina de Psiquiatras. Editado por
el Grupo Guía S.A. Abril, 2009.
Muy apropiado el tema, yo he cometido muchas veces el error de comentarle a otros y luego me arrepiento.
ResponderBorrarBueno, estas estrategias te pueden servir al momento de decidir a quién comentarle tus ideas y sentimientos para que lo hagas con éxito! :)
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