jueves, 7 de agosto de 2014

Cómo Ser Inmigrante y Sobrevivir en el Intento II


"Y sí que me equivoqué, porque resultó que no, no era yo la que venía a enseñar a la gente de este país, fue este país el que me enseñó a mí y me cambió para siempre”  

En esta última parte tenemos de nuevo anécdotas que comparten lectores, amigos y colegas pero además, cerramos el ciclo con broche de oro: tenemos una pieza narrativa por la escritora Ana M. Ferro, autora de “Los Silencios de la Puerta Roja” quien, generosamente, aportó con el texto “El Legado de los Cuernos” sobre la experiencia en Maputo, Mozambique.   

 

María Alejandra Zuluaga, Colombiana viviendo actualmente en Londres, Inglaterra

De vivir por fuera aprendí a entender la diferencia. A entender que no todos somos iguales y que cada quien ve el mundo de una forma distinta. Aunque esto lo aprendí en mi primera experiencia por fuera del país, hace ya 11 años, creo que me ha servido para adaptarme en los diferentes lugares en los que he vivido. La experiencia de la que hablo ocurrió mientras vivía en New Orleans. Una amiga chilena y yo fuimos invitadas a comer por un grupo de coreanos. Todos se esmeraron mucho en preparar la comida y organizar la mesa. La comunicación era difícil porque ellos no hablaban muy bien inglés pero, se podía ver que estaban muy emocionados de tenernos como invitadas en su mesa. Nos sentamos a la mesa y todo iba muy bien hasta que llegó la sopa. Yo no lo sabía en ese entonces pero, los asiáticos hacen un ruido terrible cuando toman sopa. Todo lo contrario a nosotros que la tomamos en absoluto silencio.   La verdad, en principio, me impactó pues no esperaba algo así pero, seguí comiendo como si nada pasara. Lina, mi amiga, no tuvo la misma reacción. Se alteró muchísimo y empezó a hablarme en español pidiéndome que les reclamara por semejante descortesía con nosotros. Ellos, al verla tan alterada, se preocuparon por entender que estaba ocurriendo. Yo estaba en la mitad sin saber qué hacer. No sé cuánto tiempo me tomó pensar y reaccionar. Me parece que fue una eternidad pero, tal vez fue cosa de segundos. Respiré profundo y le dije: “Lina, no te has preguntado si ellos están fastidiados con nuestro silencio al comer?” Ante mi respuesta, Lina no tuvo mucho que decir. Siguió comiendo pero no logró ocultar su enfado ante los sonidos. Los coreanos lo notaron pero, nunca entendieron que pasó. De ahí en adelante, sólo yo fui invitada a sus cenas. Y por supuesto, hubo muchas veces sopa y yo sólo siempre pensaba en lo educados que eran ellos al soportar mi silencio sin el mayor asomo de molestia. Sí, ellos sabían entender mejor las diferencias.

 

Gisella Cañaveras, Colombiana viviendo en Guadalajara, México

Llego a México con la intención de especializarme y regresar a Colombia después de dos años. Pero el destino me tenía otra cosa preparada. Durante el primer año perdí más de diez kilos de peso añorando a mi novio, familia, comida y tantas cosas más que perdí al dejar disfrutar toda la belleza que te ofrece un país nuevo. Hasta qué decidí cambiar mi actitud y vivir el día a día y así empecé a conocer la riqueza cultural que tiene México, ese espíritu patrio; y conocí tanta gente linda, comencé a disfrutar de la variedad de la comida mexicana, incluso a prepararla, a conocer tantas ciudades bellas… pero ya en ese último trimestre antes de regresar a mi Barranquilla pasó lo que menos me esperaba: me enamoré de un mexicano y desde ese momento supe que ya nunca me iba a regresar. Entonces, me casé y vivo en este  hermoso país que me ha dado tanto y más de lo que podía desear desde hace más de 15 años.  Mi consejo es que debemos disfrutar al máximo las experiencias y oportunidades que nos da la vida en un país nuevo en lugar de vivir añorando lo que no tenemos ya. Tu corazón siempre será de tu patria, si eres colombiano te hincharás de orgullo cada vez que escuchen el himno o que veas la bandera o cuando hablan de las bellezas de tu país, pero cada país tiene su encanto es cuestión de poner lo mejor de nuestra parte para disfrutarlo. A pesar de que hablamos el mismo idioma tenemos tantos dichos y palabras diferentes que podría hablar todo un día de eso, por ejemplo: un día voy con mi nene de dos años a visitar a la familia en Colombia y él decidió que ahora quería hablar en "colombiano" y me dice mami: "yo quiero tomarme una graciosa en la oficina " y yo le digo: "no entiendo, mi amor" y por supuesto, lo que mi gordo quería era una gaseosa en la piscina (México sería un refresco en la alberca) o cuando me dijo: “mami sabes cómo le dice mi Yeya (abuela) a la llave del agua? Pluma (para los mexicanos la palabra pluma es igual que para los colombianos bolígrafo, plumero)" se reía, “ni que con eso se escribiera” decía y así hay miles de anécdotas del idioma. Pero, lo mejor de todo es que finalmente, he entendido que hoy en día tengo dos países que quiero mucho: México y Colombia y ya está.

 
Raul Rosado, Mexicano que vivió en Panamá, América Central y Sao Paulo, América del Sur

Hay muchas anécdotas y experiencias que contar, pero escogí dos. La primera me sucedió la primera vez que salí de mi país a vivir a otro: Panamá. La historia es ésta: En Mérida, México, mi ciudad de origen, a los senos de una mujer se le dice “chicha”, pues bien, llegué a Panamá y salí del hotel a hacer “reconocimiento general” del barrio y como a la hora de estar caminando, con ese calor húmedo típico de la ciudad de Panamá, no aguanté más y me dirigí a una vendedora ambulante que ofrecía jugos naturales la cual me preguntó: “¿De qué tamaño y sabor quiere su chicha?” Pues ya se imaginarán mi cara y todo lo que pasó por mi mente…. Ahí comprendí que definitivamente aunque hablemos el mismo idioma no necesariamente lo que decimos significa lo mismo en todas partes y pues entonces de ahí en adelante tendría que tener mucho cuidado!  Luego, la segunda experiencia fue ya viviendo en Sao Paulo. Allí, mi función era entrenar a un grupo de ingenieros, para entre otras cosas, lograr mejorar sus competencias personales y profesionales para que aprendieran a mostrar iniciativa y creatividad en la resolución de problemas y crisis.  Pues bien, estuve los primeros 6 meses ingeniando estrategias y procesos, luchando todos los días en la empresa para cambiar la actitud y las repuestas poco propositivas de mis compañeros frente a los problemas que comúnmente eran: “es que no hicimos nada porque no sabíamos qué hacer”, “ah, pero eso nadie nos lo había dicho, cómo se nos iba a ocurrir?” hasta que, un buen día comprendí de dónde venía todo. Mi novia y yo nos vimos la película de la princesa Carlota Joaquina de Borbón de España y su esposo el rey Juan VI de Portugal, únicos reyes europeos que vivieron en Brasil y de quiénes los brasileños aprendieron directamente cómo vivir, Y, entonces vimos la escena que nos llevó a comprender la idiosincrasia general del brasileño, estando en plena crisis con el invasor Napoleón Bonaparte los consejeros del rey le preguntan: “Señor, estando así de grave las cosas, ya no se nos ocurre qué consejo darle al rey, díganos usted, ¿Qué hacemos?” y le responde Juan VI: “Quando você não sabe o que fazer, não faz nada.” Es decir, cuando usted no sabe qué hacer, no haga nada. Y Zas! Enseguida entendí que muchas veces las razones de los comportamientos de los pueblos están en sus raíces, en su historia; y que la vida se nos hace más fácil y amable cuando conocemos esa parte de la cultura nueva en la que estamos viviendo. Eso me hizo cambiar de manera esencial mi trabajo y mis relaciones con mis compañeros a tal punto que, logré con éxito mi objetivo.

 
Ana M. Ferro, Colombiana viviendo en Abu Dhabi, Emiratos Árabes Unidos


“El legado de los cuernos”


—¡Nos vamos de cuernos!

—¿Cuándo? —contesté

—El martes, a las 15:00 en tu casa.

No me pude resistir y ahí estábamos un martes cualquiera sobre la erosionada avenida Marginal camino a los cuernos con el Océano Índico de cómplice y testigo. El sol, como cae sobre Maputo en octubre, nos seguía pesado, ardiente, invocando la inminencia del verano.

Anita, la vasca, conducía —aquí la colombiana narra— como solo alguien con su deliciosa mezcla de inocencia, nerviosismo y curiosidad puede conducir: erguida en la silla, anclada al timón esquivando huecos, e imposibilitada para cualquier otra actividad.

—Que yo solo conduzco ¿eh? Vosotras estad atentas a las direcciones.

—¡Ya! es que esta mujer me ha dao mucho detalle, pero ahora no veo la pared azul —replicó Mae metódica mientas contrastaba lo escrito en el papel de las indicaciones con la realidad que asomaba por la ventana.

—Pero vamos, que la que me ha dado la dirección es suiza, si habla de una pared azul tiene que existir —sentenció Anita, rotunda.

Yo las miraba desde el asiento trasero, apiñada en medio de las sillas de bebé, deleitándome con el acento español tan propio de sus maneras y se me antojaban muy Almodóvar.

Le dimos la espalda al mar obedeciendo las indicaciones, pasamos una antena de celulares y viramos hacia la izquierda donde continuaba la calle ya más estrecha y sin pavimentar. Poco a poco nos fuimos adentrando en las entrañas del barrio de los caminhos de ferro, las casas se hicieron más pequeñas, informales, y desordenadas y el tiempo pareció hacerse más elástico. La calle estaba llena de actividad. Los niños jugaban en la arena, algunos descalzos y con un hermanito menor amarrado a su a historia a través del nudo más recio de su anatomía: la capulana; las mujeres se ocupaban del maní y las machambas; los hombres jugaban damas alrededor de un tablero improvisado en una caja de cartón sobre el que marcaban la partida tapas oxidadas de cerveza y gaseosa. Miraban el 4x4 en que nos movilizábamos desde mundo que definitivamente no era el nuestro. Esta sí es la realidad de esta ciudad pensé, allí donde se acaban las calles asfaltadas empieza el alma de Maputo. Esto que nosotros los expatriados hacemos aquí es coexistir desde nuestra privilegiada vida de afanes y cemento.

Cruzamos a la derecha al final de una T donde un camión mal estacionado puso a prueba las aptitudes detrás del volante de Anita que, como buena vasca, no arrugó. Al girar, nos percatamos de la presencia de Astrid. Nos hizo una señal, se bajó del carro, y se acercó a la ventanilla de Anita.

—Es la casa del fondo, la del portón negro –indicó en un portugués que evidenciaba varios años de práctica.

Estacionamos detrás de su carro según nos aconsejó y a mí el corazón se me aceleró de anticipación, ahora sí: a los cuernos.

Aterrizamos en el piso de tierra húmeda y desnivelada, llegó a recibirnos una manada de gatos. Noté que Anita y Mae me miraban de reojo tratando de interpretar mis primeras impresiones —tengo fama de nariz parada—. No sé qué habrán concluido, pero yo estaba maravillada.

Una casa, pequeña, cuadrada, de una sola planta y sin pintar, se erguía al fondo de un terreno rectangular cercado con una red de alambre y estacas irregulares a través de la que se transparentaba la cotidianeidad de los vecinos que acontece casi toda a la intemperie. Los niños se acercaron a la cerca con curiosidad, Anita y Mae se encorvaron para hacerles gracias, yo seguí concentrada en mi inspección.

A ambos lados de la casa, organizadas como tertulias informales se encontraban dos estaciones de trabajo donde artesanos —todos hombres— trabajan el cuerno intercambiando risas y frases en Changana. Nada en el entorno delataba que allí se llevara a cabo una actividad artesanal con fines comerciales. Toda la propiedad era simple, humilde y podía pasar como la vivienda de cualquier otro vecino del barrio.

Anita y Mae volvieron a mi encuentro y la sonrisa limpia de Astrid nos dio la bienvenida.

—Muchas gracias por recibirnos en tu atelier— saludé en portoñol cuando Anita me la presentó como la mismísima mujer de los cuernos.

—É um prazer –replicó sonriendo siempre.

Astrid es Suiza, vive en Maputo hace nueve años y desde hace siete, diseña joyas con cuernos de vaca. Y utilizo la palabra joyas idóneamente. En medio de su sencillez —o quizás precisamente debido a ella—, es una mujer muy elegante. Es rubia, delgada y alta, pero no a lo California sino más bien a lo New York, sobria, de maneras pausadas, ojos atentos y mirada serena. Nos contó que había aprendido a manipular el cuerno de un artesano local hasta perfeccionar su oficio y hacerlo arte. El pasatiempo se convirtió en negocio cuando viajó a Johannesburgo a una feria de artesanías con el pescuezo engalanado de sus collares y regresó con una orden de cincuenta piezas para un diseñador Neoyorquino.

El negoció prosperó y demandó más formalidad, entonces instaló su taller en el barrio de los caminhos de ferro luego de que la ciudad la propinara uno de sus más duros golpes: los precios irrisorios de la finca raíz. Compró esta casa recomendada por uno de sus empleados que vive en el barrio. Lo paradójico de esto es que ella, con sus ingresos de expatriada, solo podía pagar una casa en un barrio humilde donde los locales a duras penas aspiran a un terreno. ¿Dónde pueden comprar los locales? No pueden, aquí el poder lo conjugan muy poco y solo pocos, en un mezquino singular.

—…Pero aquí me trajo la vida –dijo Astrid más con optimismo que resignación.

Y con el mismo optimismo le instaló una letrina, una puerta, las ventanas y tejas que le faltaban a la casa y decidió no pintarla para no desentonar con el resto de las del barrio. Recuerdo pensar que yo hubiera hecho lo contrario, creyendo erróneamente que mi iniciativa –de pintar las paredes— inspiraría a mis vecinos. Se me viene a la mente Aira: “… una estúpida interpolación pequeño-burguesa”, porque aquí en los caminhos de ferro los vecinos no dejan de pintar sus casas porque no les guste la belleza, dejan de pintarlas porque la pintura ocupa en la lista de necesidades, ese lugar lejano en que éstas se vuelven privilegios.

Astrid propuso hacernos un tour de su atelier.

—Venga, que no me vas a decir que no te he traído a un sitio muy exclusivo –murmuró Anita a mi oído.

Sonreímos siguiendo a Astrid que nos conducía a una pila de despojos que resultó siendo la bodega de materia prima, es decir, de cuernos. Mae, como la veterinaria que es, se dedicó a la anatomía interna de los apéndices óseos, mientras mi mente trataba de conciliar aquellos cachos tan asquerosos con el collar que había visto en el sitio web de Astrid antes de la visita. Fue Astrid quien me sacó de mi abstracción.

—De aquí algunos cuernos se meten en aceite vegetal caliente para ablandarlos y luego se dejan en una prensa de madera que los aplana, otros se dejan así y solo utilizamos sus puntas –señaló uno de los cachos despuntados.

La seguimos hacia una de las estaciones de trabajo al costado de la casa, donde tres artesanos torneaban varias piezas de cuerno volviendo arte la anatomía, y un cortador armado de una segueta desligaba el cuerno del reino animal.

Astrid tomó una de las piezas terminadas de la mesa y la extendió hacia nosotros. Era un cuadrado de medio centímetro cuya superficie jaspeada me recordó a las cucharas de coco que venden los artesanos en Cartagena de Indias: opaca, en tonos parduscos y diseños asimétricos.

—¡Increíble! –dije.

—Yo solo intervengo en el diseño, cada artesano lleva a cabo la pieza de principio a fin… así el día que yo no esté cada uno habrá aprendido el arte…

Ese es su legado, digo pensando en voz alta.

—No, es mi forma de agradecer —replica con humildad.

Los artesanos nos sonríen con curiosidad, con esos ojos tan profundamente resignados de los mozambiqueños, amables, pero lejanos… lucho contra mi optimismo, pierdo la pelea y acepto que sino la mejor, sí la más sabia manera de subsistir en una realidad limitada y brutal es la aceptación… la miseria subyuga, esclaviza porque te castra hasta las ilusiones.

Pienso en las palabras de Astrid,…es mi forma de agradecer… ¿Cuál es la mía? ¿La de Anita? ¿La de Mae? ¿La de todos los que llegamos a este país y terminamos sintiéndonos tan minúsculos, tan inútiles? Abandono mi afán de conciliar humanidades, vuelvo al momento, Astrid ahora nos muestra las joyas terminadas… Anita se prueba un collar que había encargado, precioso, de eslabones grandes, el cuerno es negro esta vez y combina maravillosamente con su pelo de rizos sueltos, negro también. Mae compra unos aretes largos, celebramos su osadía porque es muy poco dada a cambiarse los topitos de oro que a diario adornan sus orejas. Yo me enamoro de una gargantilla preciosa, Astrid promete contactarme una vez le ponga precio. Es una pieza muy elaborada que resembla una gajo de uvas pequeñas, con la que unos meses más tarde mi esposo me sorprenderá en Navidad.

Nos despedimos agradecidas prometiendo volver y en medio de sinceras felicitaciones por su talento.

Anita conduce otra vez, Mae se prueba los aretes:

—¡Están monísimos!

Rehacemos el camino volviendo al pavimento, al cemento, a la seguridad. El Océano Índico continúa moviéndose en su sitio, al este de este país sorprendente, virgen como los cachos, abandonado a la avaricia y desvergüenza de unos pocos… y pienso en que estas letras serán mi forma de agradecer, yo también le debo mucho a los mozambiqueños, no tengo otro talento… yo solo puedo darles una voz…

lunes, 30 de junio de 2014

Cómo Ser Inmigrante y Sobrevivir en el Intento


"Y entendí que no importa a donde vaya, siempre me tendré a mí mismo y me podré reír de lo que me pasó. Y hay que ver lo que eso  significó para seguir adelante en este mundo que cambia y en el que yo cambio cada vez que agarro maletas y me voy" – Cómo ser inmigrante y sobrevivir en el intento, tips para lograrlo, un recuento de inmigrantes invitados especiales.

 

El haber vivido en diferentes países, continentes y culturas por amplios períodos de tiempo ha sido un factor determinante para trabajar con clientes diversos. Las experiencias vividas, los aprendizajes y re-aprendizajes de creencias y costumbres ha permitido que hoy sea relativamente fácil para mí el pasar de hablar en inglés, con clientes  musulmanes desde el Líbano, en el Medio Oriente para en la siguiente hora pasar al portugués con clientes agnósticos en Sao Paulo, América del Sur y terminar la siguiente hora en mi idioma nativo, el español, con clientes católicos no practicantes en Londres, Europa.

 

Y es esta particularidad lo que me ha motivado a tratar este tema siendo tan recurrente el asunto de la necesidad de adaptación rápida y apoyo psicológico y emocional que necesita una persona que está viviendo fuera de su ciudad de origen.  Este primer artículo de una serie de artículos es, entonces, producto de las experiencias, recomendaciones y anécdotas vividas por inmigrantes amigos, colegas y clientes que quisieron compartir con los lectores que seguramente disfrutarán de las historias y tomarán lo que les es útil para mejorar su calidad de vida, que es el objetivo de siempre de este blog.

 

1.   Cuando llegues a un país distinto al tuyo, ni aunque hablen el mismo idioma, nunca asumas que lo que dices es entendido y viceversa – Victoria Paz, venezolana viviendo en Ciudad de Panamá, América Central.

“Siempre es muy difícil dejar lo tuyo y comenzar en un ambiente totalmente extremo. El primer mes ni tiempo había para darme cuenta, hasta que caes en la realidad, que los sitios te son ajenos, la gente, la comida y hasta la comunicación, porque, en mi caso que también se habla español, pasé momentos difíciles para hacerme entender y viceversa. Recuerdo la primera reunión de padres de familia en la escuela de mi hija. No entendí nada.. Me pedían que podía llevar "boquitas", figuritas, colaborar con los murales y lo más cómico que informaron que en esa escuela hacían "prácticas" casi todas las semanas. Ante esto último pensé que era buenísimo y que mi hija iba a estudiar menos en casa, pero resultó que a lo que llaman prácticas son los exámenes, ja ja ja!! Y así, entonces en cuanto a comunicación, opte al principio por describir y con esto logré apropiarme del vocabulario del lugar. Lo más importante para mí fue apropiarme de una actitud positiva, darle poder a la escucha y a lo que está pasando a mi alrededor. No buscó mi país aquí, este país tiene su encanto y lo disfruto. Momentos difíciles? Muchos. Mi mayor apoyo, mi amado esposo y mi hija. Los tres más unidos que nunca hemos hecho ya nuestro nido en este querido país. He sido resilente, dije sí al cambio, soy optimista, encontré un sentido y propósito al estar aquí.

 

2.   Uno llega a un nuevo país como político en campaña: Con el “todo es posible” por lema y bandera pero para que el “todo es posible” exista así sea como una semilla, primero hay que tener la mente abierta y el cuerpo dispuesto. – Lisa Feuer, colombiana viviendo en Ciudad de México, América del Norte.

Así es como comer forma parte de los primeros pasos que hay que dar para aprender a moverse dentro de un entorno donde todo es nuevo y diferente. Gastronómicamente México es el país en el que afirmar que “todo es posible” es totalmente cierto. Aquí existen verdaderos desfiles de abundancia y diversidad de comidas realmente exquisitas con todo el sabor y personalidad que cada región mexicana pueda imprimir a sus platillos. De hecho, en México existe tal derroche de sabor y variedad que el placer de comer se convierte en toda una experiencia lujuriosa. El picante, pica? La mejor manera de saberlo es probar. Porque al mexicano nada le pica, por lo cual podría ser uno víctima de tan experimentado y picoso paladar y por creer que efectivamente, NO PICA como suelen contestar, termina uno con la boca casi en carne viva al comer una enorme cantidad del “inofensivo” guacamole como si se tratara de cualquier salsita de tomate. Al final yo sólo puedo asegurar que el mejor alivio lo da un vaso de leche. Dejando de lado la parte gastronómica, me dirijo a la parte social: Los vecinos, compañeros de trabajo y/o estudios así como nuevos amigos. Esta es quizá una de las partes más claves del “todo es posible” porque cuando uno deja que la soledad, la ansiedad, el estrés etc, tomen control de nuestra vida social, es cuando nuestro mencionado lema, se tambalea. Nada es mejor que cultivar nuevos amigos y para ello tenemos que ser más abiertos en cuanto a forma de pensar y vivir sin que perdamos nuestra esencia. Y creo que es obvio mencionar el porqué. De paso aprender a socializar en ambientes diferentes nos permite abrirnos a experiencias que pueden llevarnos a alcanzar nuestras metas incluso probablemente con mayor rapidez, debido a que un empujón nunca está de más. Sin embargo durante todo este proceso de nuevas socializaciones, muchos también son los tropiezos que pueden darse por lo que debemos saber observar y escuchar para poder escoger. Y en este punto no creo haya diferencia entre nuestros procesos de selección dentro de nuestros propios territorios y el que empleemos en los nuevos. Así que hay que conservar la calma y el equilibrio. Recordar a que fuimos a ese lugar, porqué migramos, que queremos lograr etc., puede ayudarnos a mirar nuestra postura desde un ángulo más ventajoso. Ser humildes, espontáneos y atentos se convierte en la mejor herramienta que tenemos para poder extraer lo mejor de un nuevo proceso de socialización que hasta puede terminar por enriquecernos y cambiarnos tanto, que logremos tener el corazón en nuestra patria y el alma en el país al que llegamos.

3.   Lo que es normal en tu país de origen, no necesariamente es normal en otros países. Es una realidad diferente y así lo tenemos que vivir, de manera diferente. – Sasha Janna, colombiana viviendo en Paris, Europa.

Las diferencias en comunicación de un país a otro es algo que me ha sorprendido. En mi ciudad de origen, la comunicación podríamos decir que sobra, es decir, somos “altamente comunicativos” y a eso estaba acostumbrada, no tienes que preguntar tanto a nadie porque las relaciones suceden espontáneamente, todo el mundo te cuenta su historia y lo que creen que vas a necesitar para seguir adelante con tu vida, te dan consejos, recomendaciones que ni has pedido.  Hasta que llegué a Barcelona, donde las personas no se comunican tanto como en Barranquilla y entendí que siempre es mejor preguntar y tomar la iniciativa de llamar y comunicarse con las personas con las que compartes o estás involucrada de una manera u otra para informarte de aquello que te interesa o necesitas. Entonces tengo varias historias que me sucedieron por asumir que aquí todo se comunicaba como allá pero voy a comentar dos: Yo casi siempre era de las primeras en levantarme ya que entraba a trabajar antes que mis compañeras de piso. Un día me levanté y estaba todo el piso de mi apartamento mojado. Al ir a la cocina pase por las habitaciones de mis amigas que vivían conmigo y vi q se aumentaba el nivel de agua. Sin entender qué estaba pasando y de donde venía el agua las levanté rápido y ahí nos damos cuenta que una de ellas dejo su laptop en el piso y estaba completamente cubierto por agua, o sea, daño total y completo. Entonces, todas un poco extrañadas porque seguíamos sin entender llamamos a la propietaria del apartamento a preguntarle si habría alguna fuga de la que no supiéramos y nos comenta que no, que simplemente como había llovido tanto por la noche el agua entró por las paredes de vidrio y que eso era lo normal cuando llovía tanto. Normal??? No, normal en Barcelona, nada más y nadie nos informó ni nos recomendó nada para que esto no nos pasara. Luego, estaba dividiendo la ropa blanco y la negra para meterla a la lavadora cuando de repente comienzo a escuchar unos golpes muy fuertes en el piso de arriba. Me pareció un poco extraño pero seguí organizando mi ropa. Cuando comienzo a meter la ropa en la lavadora el golpe se sintió mucho más fuerte. Miro hacia arriba y veo que el techo se estaba moviendo un poco. Asombrada, le grito a mi compañera de piso para que viniera  a ver pero no me escuchaba así que continuo con mi tarea. Cuando siento como si ya se fuera a romper el techo salgo corriendo a su cuarto. Cuando regresamos a ver lo qué pasa y  llegamos al cuarto de la lavadora vemos una pierna que salía del piso de arriba. Minutos después había un señor 100% en nuestro apartamento que nos dice, luego de haber derrumbado el techo, que tenía que romper nuestro techo ya que no estaba permitido cubrir esa zona en el edificio pero lo curioso es que nadie nos había informado que esto no era permitido y que lo iban a derrumbar. Normal?? No, normal sólo en Barcelona.

sábado, 31 de mayo de 2014

La lectura en casa con Santi - Ilse Carolina Peña Camargo - invitada especial

“Y aprendí, a través de mi hijo y gracias al ejercicio de ser madre, que el aprendizaje de la lectura es vital para comunicarse; conocer, entender e interpretar el mundo.”

El aprendizaje de la lectura - Un aprendizaje vital para comunicarse; conocer, entender e interpretar el mundo.
 
Mi nombre es Ilse Carolina Peña Camargo* soy abogada y madre joven aprendiendo el oficio de ser mamá en el mundo de hoy. He decidido compartir con otras mujeres y madres como yo, en este espacio al que fui invitada por Jassel, cómo ha sido la experiencia del aprendizaje de la lectura con mi hijo Santiago.   
Hace casi doce meses Santiago leyó por primera vez. Contaba con cinco años cuando comenzó. Al iniciar el proceso lo apoyé en su deseo de hacerlo cada noche; momento de vernos y de compartir. Hoy disfruta de una de las primeras exigencias básicas para comunicarse: leer, y yo disfruto del placer de compartir con él esta actividad.
 
La ganancia es para los dos pues también he aprendido con esta experiencia sobre temas que creía no iba a conocer nunca; me di cuenta que cuando leemos con y para nuestros hijos, si nos preparamos antes de hacer la lectura, nos habilitamos para transmitir con claridad el conocimiento que necesitan y aún algo más importante, podremos descubrir con anterioridad qué idea, ejemplo o ilustración podrá ayudarme a explicarle la lectura y así ayudarle a entenderla. Es más, he descubierto que, a diferencia de nuestros padres, nosotros tenemos una gran ventaja y es que hoy al querer instruirnos y asesorarnos podemos acudir fácilmente a la información a través de la tecnología (internet y medios de comunicación masivos) y así mismo seleccionar lo que nos interese o nos parezca útil en este proceso.
Las ideas con las que iniciamos el aprendizaje en casa y que continuamos para apoyar la labor diaria de su maestra en el jardín, las emprendimos y consolidamos en la práctica como acciones pedagógicas y lúdicas que me llevaron a decidir ser parte activa de su proceso. Sus opiniones cambiaron o reafirmaron mi metodología para mejorar su aprendizaje. Si como guía hubiera optado por una metodología tradicional o represiva en la que no le diera el poder de evaluar y reconsiderar la manera en la que le estaba enseñando, seguramente al lograrlo, leer sería para él un lastre, una actividad tediosa y sin ninguna gracia que le obstaculizaría la aprehensión del conocimiento en su niñez y en el futuro. Desafortunadamente aún hay maestros que no han modificado sus creencias y no van más allá del prejuicio “la letra con sangre, entra” y hay muchos padres que no saben cómo ser un instrumento positivo en el proceso de lectura de sus hijos, por ello, a continuación les comparto algunos tips y experiencias que nacieron de nuestra vivencia, espero les sirvan para practicar en casa con sus hijos: 
 
- Santi y yo dispusimos de tiempo exclusivo para el desarrollo pleno de esta actividad. Y eso nos ha cambiado la vida. Si sólo tenemos 20 minutos, no importa, que sean sólo 20 minutos pero que ese tiempo sea especialmente para nuestra convivencia con la lectura. Claro, si es posible agendar más, ¡Genial!

- Aprendimos y seguimos aprendiendo juntos. El aprendizaje es de doble vía, mi hijo está aprendiendo a leer y yo estoy aprendiendo cuál es la mejor metodología para enseñarle, además de los contenidos ricos en valores e historias pedagógicas.
- El aprendizaje en esta actividad ocurre cada vez que nos dedicamos a ella. Si practicamos con frecuencia en un horario establecido es posible un resultado positivo.
- Descubrimos que aprender a leer es un momento para divertirse, no para sufrir y que también podemos jugar a la hora de aprender. Por ejemplo, al leer una historia con personajes, los caracterizamos y les “damos vida” “poniéndoles voces” diferentes, según como sea el personaje y si hay que disfrazarse y actuar, ¡actuamos, también!
 
- Cada vez que mi hijo no leyó o se equivocó leyendo, le repetí el pedazo faltante y él lo repitió también. Pero no con gritos ni con palabras ofensivas, yo le expliqué la importancia de hacerlo y la razón pedagógica detrás. No lo obligué porque “la letra con sangre” no entra, los golpes y los gritos, de emplearse para que aprendan, traerán como consecuencia, que el niño asocie el aprendizaje de la lectura o de cualquier conocimiento como un castigo y que padres e hijos se distancien y dejen de disfrutar el momento, viéndose obligados a leer por compromiso, nada más.

- Nos apropiamos de la lectura: como ya mencioné, modulamos nuestras voces de acuerdo a los personajes de las historias. Así llamo la atención de Santiago, se entusiasma y tiene expectativas sobre lo que leerá más adelante, quiénes son los personajes, qué hacen y qué harán.

- Cuando Santiago está leyendo y de repente se paraliza, le recuerdo aquella parte del texto que no puede leer repasando la vocal con todas las consonantes hasta que la identifique, por ejemplo si es “da” lo que no puede leer, entonces yo le digo: 'da, de, di, do, du' para que el recuerde y diga: “ah ya sé: es “da”!”

- Cuando Santi quiere hacer planas para repasar por escrito las letras que ya identifica al leer, la tarea para él se llama “juego”. 
 
- Tratamos de jugar muy en serio al rol orientador y orientado. Cuando Santi identifica las letras y se produce la lectura, es momento de darle la oportunidad de leerme, él orienta la lectura; luego cambiamos de roles, de orientado a orientador, de nuevo.
 
- Trato de no estar ansiosa en este proceso y le permito a Santi que avance en la lectura de manera progresiva y sin acelerarle su ritmo para aprender; le permito que escuche de nuevo y que retome su rol como aprendiz.
 
- Ha sido indispensable y esencial en el proceso el leer cada noche, que no  haya una excepción. 

Finalmente, les aseguro que leer les develará el mundo a sus hijos y les ayudará a descubrir el que llevan dentro al igual que, les afianzará su vínculo como padres e hijos y les hará a ustedes, como padres, vivir y recordar nuevas experiencias inolvidables.Principio del formularioFinal del formulario
 
*Ilse Carolina Peña Camargo es coautora del libro “Te Amaría pero ya Estoy Muerta – Relatos de Amores Urbanos” abogada de la Universidad La Gran Colombia, Directora de Servicios Legales Personas y Procesos (Slegalespp) y escribe interesantes y breves artículos como columnista de la Revista Virtual Simpecado. Su dirección de email para contactarte con ella es: ilcapeca@gmail.com

jueves, 20 de marzo de 2014

Tú sigue adelante que aquí, no pasa nada.

“Y todo era y sigue siendo así en mi casa: - Ay pero, no pasa nada, Lissy, tú tranquila, no le pongas atención a eso, sigue adelante, no seas la niña problemática, cuestionadora y quejona del curso que eso a nadie le gusta.- Así me decía mi mamá todo el tiempo y por su “no pasa nada” ahora entiendo que sí pasaba cuando dejé que mis compañeras me dijeran apodos ofensivos, que sí pasaba cuando dejé que mi marido me insultara y me golpeara, que sí pasaba cuando dejé que mi jefe tomara mi proyecto y lo presentara como suyo, que sí pasaba cuando…” Cuando anulas y callas los sentimientos, las ideas y el pensamiento crítico en tus hijos, eso es lo que pasa.

Afortunadamente, “Lissy” ya sabe que algo pasa, ya puede identificar cuando algo que no está bien está pasando y que no tiene nada de malo decirlo y pararlo antes de que pase a mayores, por el contrario eso es lo sano, expresar lo que se quiere y se espera. Porque es mejor prevenir que lamentar.

¿Cuántos padres enseñan a sus hijos a desarrollar esta conciencia crítica de lo que está bien y de lo que no está bien para ellos y para los demás?, ¿Cuántos le ayudan a crear una buena autoestima a sus hijos?

En el caso de “Lissy”, después de varias sesiones, fue claro que en el afán de su madre porque su hija fuera aceptada por todos, debido a su propio miedo al rechazo social, uno de los miedos que aún la señora sufre, éste fue transferido a su hija, negándole así, la posibilidad de forjar una autoestima sana y exponiéndola a los abusos de todo aquel que quisiera abusarla.

Lissy, hoy una adulta, muy exitosa en lo laboral, multilingüe, con un doctorado europeo, sí, ha salido adelante social y profesionalmente, y lo ha hecho porque ha superado todos los obstáculos, porque ha sacado provecho de sus aptitudes y habilidades y también, entre otras, tristemente, porque ha aguantado despotismo y excesos por seguir al pie de la letra las palabras aprendidas, de todos los días, de su madre. Podríamos decir que de todo lo que puede ser “malo” siempre hay algo bueno que sacar. Pero, emocionalmente, aún tenemos un camino que recorrer. No es fácil superar el hábito de permitirte ser abusada por tu pareja, compañeros de trabajo o tus amigos. No es fácil dejar de pensar “que no pasa nada” cuando algo pasa y que hay que seguir adelante y dejarlo pasar.

No es fácil entender que tienes derecho a decir “no”, “esto implica demasiado sacrificio de mí y poco de ti”, “no, yo no merezco estas palabras/ este tratamiento”, “respétame”, “me estás haciendo daño”, “no me grites”, “esto no está bien para mí”, “me merezco algo mejor”. Especialmente, si en casa, en lugar de analizar y pensar críticamente, se te pidió aguantar atropellos, se te pidió callar, se te reprimió.

Si no se te enseñó que tienes derecho de valorar, apreciar, evaluar y juzgar acciones y palabras de los demás y de ti mismo, muy posiblemente tu vida emocional de adulto estará llena de variados altibajos y sufrimientos.   

Ahora, tampoco podemos irnos al extremo de concentrarnos en todo y cada uno de los obstáculos que enfrentan nuestros hijos deteniéndonos sólo en los problemas sin ofrecer solución y en quejarnos o criticar nada más. O peor, tal como lo describe Jorge Bucay en su cuento “Autodependencia” ser el padre que, al tropezar su hijo con la mesa de centro, golpea a la mesa y le dice a su hijo que la culpa por haberse caído es de la mesa y no de él que no midió sus pasos y hace que su niño la golpee y le diga: “mala, mesa mala, tú hiciste que yo cayera y me lastimara…” de manera tal que se le enseña al niño a que siempre alguien, o algo, excepto él tiene responsabilidad de sus acciones y consecuencias.

No, no se trata de echarle la culpa al profesor porque el niño reprobó en física, o de excusarlo porque no hizo la tarea pues ya estaba muy tarde y llegó cansado, o dejarle no tender su cama porque llegará tarde para ir al colegio o que sus compañeros tengan que aguantarse sus groserías porque “él es así” o que haga pataletas en el supermercado porque siempre tienen que comprarle un chocolate. Ese es el otro extremo.

Ahora, volviendo al caso de “Lissy” quien casi pierde el pensamiento crítico, el autoestima y la libertad individual por “encajar” en la sociedad, y no ser individuo “problema”, lamentablemente, sí es un error que cometen muchos padres. Actúan por sus propios miedos y deseos, y ponen por encima del bienestar emocional de sus hijos, su propio bienestar y deseo de reconocimiento social sin entender que, en la medida en que su hijo/a goce de buena autoestima, sea consciente y viva sus derechos y deberes, consecuentemente, él/ella gozará de bienestar social. Pues no hay nada más atractivo para las personas que alguien seguro de sí mismo y con una alta inteligencia emocional.

Todos cometemos errores y como padres, nadie viene con un manual debajo del brazo; lo común es que repitamos modelos de nuestros padres o nos vayamos al otro extremo y, con ello, también cometamos errores. Sin embargo, hay unas pautas que podemos seguir que nos ayuden a evitar palabras y acciones en la crianza de nuestros hijos que afecten su vida emocional. Aquí algunos tips para incentivar el pensamiento crítico positivo en nuestros hijos al igual que su inteligencia emocional:

1.   Escucha activamente a tus hijos. Sean pequeños, pre-adolescentes, adolescentes o adultos jóvenes, un hijo siempre necesitará que su padre lo escuche. Algunas veces sólo lo necesita como desahogo; muchas veces, te cuenta sus indecisiones o lo que vivió, en busca de guía o apoyo pues, un padre es modelo y bastón para su hijo siempre, sin importar la edad. Especialmente cuando es pequeño, no desestimes lo que te dice ni su valor, no te burles de sus historias y si te contó algo triste para él, o que le conmovió, no le digas que no pasa nada y que se resolverá con el tiempo o que es sólo algo pequeño para lo que va a vivir en la vida. Para él sí es importante, hoy, para él sí fue algo que dolió y le impactó, ponte en su lugar y busquen juntos una solución justa y real para lo que le trasnocha.

2.   Invítalo a analizar su día. Especialmente con los pequeños y adolescentes. Cuando le dices a tu hijo: “¿Cómo te fue hoy?” Que no sea sólo un recuento de lo que le pasó en su día. Escuchando activamente, encontrarás oportunidades para ayudarlo a analizar por qué pasó algún evento especial, si fue beneficioso para él u otros y si pudo ser mejor o peor con su intervención, invitándolo a actuar o pensar de otra manera. De esta manera, potencias su pensamiento crítico.

3.   Dialoga sobre las noticias, películas, series y libros. Además de tomar decisiones sobre el contenido de lo que está viendo o leyendo tu hijo, el dialogar con él sobre lo sucedido en lo que ve o lee, contigo o sin ti, valorando las acciones y palabras de los protagonistas le ayudará a formar sus opiniones y criterios para utilizarlos cuando se tenga que enfrentar a situaciones parecidas en su vida diaria.

4.   Incentiva la mente abierta. En un mundo donde todos somos igual de humanos pero diferentes en nuestra forma de ser, pensar y actuar, las tendencias al extremo son: a señalar, burlarse o recriminar al otro o por el contrario, a permitir todo tipo de comportamientos y pensamientos pasando del respeto y la tolerancia al consentimiento de aquellos comportamientos que son indeseables y dañan a otros. ¡Ojo! Valorar lo propio no significa destruir con palabras o acciones lo que el otro es, sólo porque es diferente a ti y por el otro lado, respetar al otro no significa que compartes y estás de acuerdo con sus creencias u opiniones o que tienes que actuar igual que él. Es sólo preparar a tu hijo para encontrarse con gente como él/ella, y con otros que no son como él pero hacerle comprender que sus diferencias no los hace menos o más humanos con respecto a sus derechos y deberes. Es enseñarle que en ojos de otros, el diferente puede ser él.  

5.   Respétalo y Valóralo. Todos podemos ser mejores pues estamos en construcción y evolución constante, por eso si tu hijo es X, entiende que hoy es X, valora, acepta y respeta que sea X y hazle saber que así lo amas. Pero explícale también que puede ser Y y Z, si él quiere y que así, lo querrás igual. Y aún mejor, explícale que si quiere ser una mejor X, lo puede ser y que estarás ahí para apoyarlo porque tú también siempre quieres ser mejor de lo que eres y que tú también estás en esa búsqueda, en la de ser tu mejor versión pero que siempre lo vas a querer y respetar como es. Es increíble cómo al hacer esto potencias un autoestima sana y positiva en tu hijo/a.