“Mira,
yo vengo aquí porque es que José no me obedece como antes. No sé qué le pasa,
está cambiado, no me hace caso, no sé si es porque anda con María, la niña
nueva del curso, o porque no está reaccionando bien al divorcio que estoy
pasando con su papá o, si es la pre-adolescencia, o qué rayos pasa, así que
necesito que hagas que él vuelva a hacer el niño obediente, dulce y dócil que
era.”
Cliente en Consulta de Crianza y Familia, México.
Es
una solicitud que he recibido varias veces en la primera sesión de consulta de
crianza e inteligencia emocional de padres desesperados en América completa,
desde Canadá hasta Chile, y, en Europa, desde el Reino Unido hasta España, con distintas
palabras y casos, pero la idea, la misma. Es decir, no es una petición
contextualizada a una cultura específica, es una idea que ronda varias familias
alrededor del mundo, que nos habla de un cambio, de una crisis en la familia que necesitamos
analizar y revisar con cuidado por eso escribo hoy de este importante tema.
Para
continuar con el hilo de los padres en consulta, luego de escucharles su
petición, procedo a explicarles que entiendo, desde el corazón, su desesperación
pero que no es mi tarea ni como educadora ni como psicóloga “re-educar” a su
hijo para que quede desprovisto de las herramientas de pensamiento crítico y de
las competencias personales de toma de iniciativa, competencias tan importantes
en la vida de una persona, por obtener, a cambio, su obediencia. Les invito
entonces, a trabajar en consultas en inteligencia emocional y crianza, en ellos,
como adultos; en revisar la necesidad que tenemos los adultos de control y en los
estilos y prácticas de crianza que nos vienen impresas en nuestras mentes y
corazones desde la educación que nos brindaron.
Y
es que no sólo no está en mi ética profesional ni es mi misión eliminar de un
ser humano las competencias que le dejarían totalmente indefenso frente a adultos
y frente a otros niños abusadores, acosadores, engañadores y controladores,
sino que necesitamos entender las razones psicobiológicas que subyacen a estas
competencias para valorarlas en su utilidad ya que nos las ha brindado la
naturaleza para poder sobrevivir en este mundo que de manera natural, nos es
amenazante. Y, ése es tema para otros artículos…
Lamentablemente,
por múltiples factores sociales, religiosos, políticos y económicos, por siglos
se ha cimentado la idea alrededor de la crianza y la educación escolar de que
la obediencia y la sumisión es el estado ideal de un niño o joven. Y que la dulzura
de un hijo significa que éste responda a cualquier tipo de tarea que le imponga
un adulto sin cuestionamientos ni miramientos de ningún tipo: el niño no tiene
derecho a preguntar ni a pensar nada, sólo a ejecutar la acción que se le dicta
y a pensar como el adulto quiere que piense.
En
nombre de esa obediencia, de esa dulzura y de ese miedo de los niños y jóvenes
a la mal llamada “autoridad” de padres, no saben ustedes cuántos adultos tengo
hoy en terapia que han sido violentados y abusados, siendo niños, en aspectos
sexuales y psicológicos por sus padres, tíos, docentes, abuelos, amigos y
representantes de varias religiones. Claro, muchos de ellos totalmente
inocentes e ignorantes del efecto que producen en las competencias
intelectuales, personales y sociales de estos niños y jóvenes, estas actitudes
impositivas y sólo siguiendo un modelo de padre y madre que recibieron de sus
padres pero, otros, nada ignorantes y nada inocentes que por la sumisión de los
niños, lograron el abuso intencional que buscaban.
Todas
estas prácticas responden a factores fundamentados en filosofías verticales de
estilo autoritario, que hoy, para fortuna de las nuevas generaciones, están
cada vez más rotuladas como arcaicas y fuera del contexto del ser humano de
hoy, con derecho a ser respetado con sus diferencias y con sus
cuestionamientos.
Hace
siglos, el mundo occidental, buscaba cómo reprimir tendencias separatistas y
anarquistas entre los miembros de los grupos sociales para reemplazarlas por el
fomento a la unidad hacia el fin social del desarrollo de ciertas clases
sociales, políticas y económicas y encontró en la educación y la religión una
forma de lograr su propósito.
Desde
entonces, el ideal era lograr uniformar a los seres humanos bajo un sólo
concepto de persona, bajo un sólo ideal de persona; hoy, ya con más conocimientos
y estudios centrados en las neurociencias y psicobiología, entre otras, se
resaltan positivamente las diferencias entre cada uno de nosotros y se acepta y
tolera la idea de que somos seres con múltiples inteligencias y múltiples
estilos de aprendizaje.
Aunque
también es cierto que existen aún algunos grupos de la sociedad que sienten que
al no haber uniformidad, es una amenaza al “orden” que “debe” existir, bajo su
punto de vista de verdad absoluta; y, así las cosas, el que no siga ese orden
está ilegal o “en pecado” y hay que aislarlo o acabar con su vida para que no contamine al resto. Para muestra de ello, está el Estado Islámico y algunos países de nuestra Sur América que, con sus ideales de religión y patria, muestran el extremo de este tipo de pensamiento y
las nefastas consecuencias que podemos sufrir.
Menos
mal que la mamá de Einstein pensaba diferente, imaginen si le hubiera obligado
al niño Einstein a pensar como todos los niños de su época (es muy conocido el
hecho de que él era catalogado como atrasado mental por sus profesores ya que
no pensaba igual que los otros niños ni llevaba su mismo ritmo de aprendizaje) y
hubiera crecido pensando que no podía cuestionar los desarrollos científicos de
su época porque era un pecado. Pues, simplemente no habría habido toda la nueva
ciencia desarrollada a raíz de su genial forma diferente de ver el universo y
el mundo; no tendríamos mucha de la tecnología de la que hoy disfrutamos y hacemos
tanta gala los seres humanos.
Es
que, hoy, estamos viviendo movimientos extraordinarios en cuanto al conocimiento
y reconocimiento del ser humano en toda su esencia; hasta el Papa está gestionando
en la religión católica los cambios requeridos para comprender al hombre como
lo que es, un ser original y único, pidiendo aceptar y tolerar las diferencias
que presenta nuestra especie.
Sí,
hay un contrato social que hemos contraído todos los que vivimos en esta
sociedad occidental, eso es innegable y además sin ese contrato poco o nada
habríamos logrado en conjunto. Es con los otros, unidos, que hemos llegado a
donde estamos. Nos necesitamos, somos seres sociales.
Las
leyes, las normas, los límites cumplen su función autorreguladora, en ningún
momento pretendo que sean eliminadas, estaría fuera de contexto pensar algo así.
Ya la parte castrante, culpadora y represora que queremos imponer a nuestros
niños porque no los podemos controlar a hacer y ser como queremos es la que nos
viene del miedo y el deseo de control.
Esa
es la que necesita ser asimilada, procesada por los padres, cuidadores,
docentes de estos niños y jóvenes de hoy que requieren una educación
fundamentada en inteligencia emocional que los capacite en la regulación y
gestión de sus emociones para no obedecer las reglas como zombis, sino para
entenderlas y aceptarlas como entes regulatorios y no impositivos, para formar
hijos autónomos y no sólo dependientes del castigo y la multa para actuar con
bondad, verdad y, sobre todo, con calidad humana.
Consecuentemente,
mi tip del artículo de este mes es que si usted es padre, tío, cuidador,
docente o simplemente consciente de su parte en la educación de las nuevas
generaciones:
Edúquese para educar con inteligencia emocional, conciencia e información a sus hijos, no
con miedo, prejuicios, control y autoritarismo, eso provocará más rebeldía o sumisión entre sus hijos, los alejará de ustedes como padres, infundirán odio, resentimiento, miedo, decisiones y acciones inadecuadas en ellos; los hará infelices a todos como familia. El aumento en su calidad de vida, en el
bienestar de su familia y en la convivencia armónica, le demostrará el valor de
su inversión y, el mundo, se lo agradecerá.
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